30.1.11

ATENCIÓN [I]:


Bendición vitalicia se aproxima


En breves momentos se producirá la transformación de un visitante y/o lector de este blog en increíble y mágica materia mutante ilimitada, con el océano infinito de voluntades del multiverso abierto a sus deseos.

¡Sucederá con la sincronicidad!

Al visitante y/o lector a cuya nariz le corresponda el número del año cristiano -2011- en que nos encontramos manifestándonos actualmente se le bendecirá de manera vitalicia, hasta la muerte -si acaso puede morir, cosa aparentemente muy improbable tras una bendición como ésta-, en un acto promocional de los Nuevos Dioses Diurnos y Nocturnos, un grupúsculo de formas etéreas y multicolores que anuncian que la condición divina y los superpoderes nos pertenecen a todos los habitantes de éste y cada plano de la existencia por igual, sin distinción de color de pelo o marca de zapatos.

¡Mucha suerte a todos y que gane cualquiera!

29.1.11

Nada para la vuelta (Gattaca)

26.1.11

Eternos potenciales

La muerte funciona como todas esas promesas que no puedes cumplir, de las que sabes que si se realizan lo harán por pura casualidad y no porque realmente tú hayas tenido nada que ver en el proceso -por mucho esfuerzo que hayas puesto-.

Las Leyes Físicas pueden cambiar a lo largo y ancho del universo: Einstein se equivocó.
Lo leo en NewScientist y parece que sólo se trata de una posibilidad a tener en cuenta, así que si decido creer en ello lo hago porque me da la gana, igual que el físico alemán cuando formuló lo que al principio nadie consideraría más que como hipótesis. Igual que quienes convirtieron sus palabras en teoría y posteriormente en Ley.

Creyentes. Mírate. Mírame. Míranos. Creyentes.
Creemos en Einstein y en la inmutabilidad de las Leyes Físicas y en la Muerte. Creyentes.

«Soy inmortal hasta que se demuestre lo contrario», afirma cierto anónimo atribuido en ocasiones a Groucho Marx, que aparentemente murió pero de cuyo fallecimiento ninguna conclusión extraemos: se demostró lo contrario, sí, esa vez, pero habría que ver si podríamos repetir una sentencia como ésta con una convicción tal que nos permitiese comprobar por nosotros mismos si "lo contrario" se demuestra o no se demuestra.

Sólo los necios que creen en la muerte sufren sus consecuencias, repite en una taberna un personaje de Sandman, al cual Muerte y Sueño, hermanos, encuentran tan divertido que le permiten aquello de lo que tanto fanfarronea y éste, disfrutando y padeciendo fortuna y penuria por igual con el paso de los años, de vivir nunca se cansa.

Secreto pánico, inquietud disfrazada de sutil indiferencia, pavor; la muerte, una nube negra individual y colectiva, más o menos gorda y amenazante según la perspectiva de cada cual pero omnipresente e imbatible, y aún alguien diría que no la teme, cumpliendo con lo que Tyler Durden exhortaba a su compañero narrador en Fight Club: «tienes que saber, no temer, saber, que algún día morirás, y hasta que no sepas eso eres inútil».

Proclama vitalista donde las haya, contenía una revolución dentro: no hay redención, no hay salvación, en cualquier momento todo se acaba, déjate la piel en lo que hagas y no mires atrás, porque de todas formas vas a perderla y mejor que suceda exactamente como quieres. Sin miedos, sin excusas.

De nuevo, en cualquier caso, la consigna nos situaba en un universo estático, ante un horizonte fijo: tras ese camino, aparentemente recto, para todos un término inexorable en que nos deshacemos para siempre y la conciencia se evapora, deja el cuerpo, desaparece.

No hay final, no obstante: ¡Todos, aquí y ahora, eternos potenciales! ¡Dioses invencibles! ¡Espíritus inagotables!

La existencia se piensa y expresa a través de nosotros en este mismo instante y nunca dejará de hacerlo -sencillamente no puede suceder-; destellos de un Infinito en movimiento, podríamos vernos como constelaciones pero miramos hacia afuera -como si entre "afuera" y "adentro" mediara ruptura alguna- y nos vemos pequeños, diminutos: moriremos algún día, le decimos a los mayores, que asienten, los mayores asienten, henchidos de orgullo por vernos comprender. Que no nos engañen, digo, ellos tampoco tienen la más remota idea de qué pasa, de qué va a pasar.

Más allá de cualquier pretensión de denunciar ironías tales como dejar de fumar o procurarnos una alimentación más sana mientras nos abandonamos a ritmos diarios que no nos satisfacen en absoluto, la advertencia de este artículo no aconseja, sólo sugiere, ruega:

No construyamos el techo bajo a propósito con el fin de poder seguir quejándonos de cómo choca nuestra cabeza contra el mismo cada vez que intentamos mirar el cielo. Χαλεπὰ τὰ καλά, lo hermoso requiere riesgo y si nos cubrimos y protegemos mejor hacerlo sabiéndolo.

La nuestra sí se llama "historia interminable", y la escribimos a cada paso que damos, no le pongamos nosotros un punto final que no necesitamos.

Artículo escrito en E[spa]-prime, respetando citas originales.

Aprueban la Ley Sinde


25.1.11

La vida sin límites

Todo está inventado, nos dicen.

A nuestro alrededor, la estética de nuestra época parece un batiburrillo ecléctico de todo lo que en décadas anteriores pudo considerarse desde hortera a rebelde, dependiendo del punto de vista de quien las viviera, pero despojado de todo contexto y, por tanto, también de todo significado.

Las causas y orígenes de cada movimiento intelectual que pudo generar una manera de ver el mundo y la vida en general, pero que además pudo incorporar un aspecto visual específico, son arrojadas al olvido en pro del ávido saqueo de inútiles pero brillantes complementos y accesorios que poder añadir al collage contemporáneo.

Mientras tanto, los partidarios y colegas del aburrido Fukuyama defienden que toda lucha e ideología ha concluido; el Fin de la Historia es un hecho: la Economía neoliberal es el destino de la Humanidad. Y con este milenarismo hegeliano de segunda mano más propio de un profeta del desierto que de un observador serio se nos vende un pastiche que pretende superar a Marx -pero que hereda los peores defectos de éste-, y que se fundamenta en un suceso tan frívolo como espectacular: la caída del Muro de Berlín, por supuesto obviando la cantidad de muros enormes que quedan aún por derribar, la mayoría de los cuales existen con la conformidad y para el provecho de Occidente y sus aliados -como el de Gaza, sin ir más lejos-, y obviando también que ese "comunismo" de Estado no era más que otra forma de administrar una economía industrial y productivista porque evidentemente para estos señores trajeados no cabe ninguna duda de que el productivismo y la sociedad industrial son el mayor avance de la Humanidad desde la civilización y el imperialismo por lo menos.

Los tentáculos del Imperio se extienden prácticamente por todo el plano físico de la existencia terrestre y sus propagandistas intentan convencernos de la omnipotencia de la máquina.
Sin códigos que descifrar ni países o islas que bautizar, el habitante medio de la civilización -ahora una sola, en todas partes-, se limita a repetir las pautas y patrones que le han sido indicados para el mantenimiento de una vida segura y mediocre: como el tren, otra maravillosa creación para el transporte de mercancías y seres humanos -que ya cada vez se diferencian menos entre sí-, viaja por un férreo carril previamente establecido.

En un intento por apartar de sí la pavorosa imagen de encierro que la fábrica cultural moderna produce sin descanso, algunos practicamos una vieja técnica; sirviéndonos de la literatura, nos recreamos en universos y mundos diferentes, donde todo está por ver, donde los milagros ocurren y lo inexplicable no sólo sucede, es la base de todo, sobre la que se construye cada nueva aventura.

La producción de libros y cómics -o novelas gráficas, como prefieren algunos- no cesa, y somos muchos quienes encontramos entre sus páginas de papel un refugio imprescindible a una realidad cotidiana que nos aplasta pero, ¿es esto a lo único a que podemos aspirar?

Como Colin Woodard documenta en su libro La república de los piratas, fueron las leyendas sobre pioneros de la piratería como el famoso Henry Avery -que en muchos ocasiones raramente coincidían con lo acontecido-, las que inspiraron las vidas de los más atrevidos, incansables e idealistas filibusteros y bucaneros a llevar a cabo sus acciones, tales como Samuel "Black Sam" Bellamy o Edward "Barbanegra" Thatch, e incluso códigos de conducta a bordo del barco como el de Bartholomew Roberts, que incluía puntos como que "todo hombre tiene voto en los asuntos del momento [e] igual derecho a provisiones frescas o licores fuertes en cualquier instante tras su confiscación y pueden hacer uso de ellos a placer, excepto que la escasez haga necesario, por el bien de todos, su racionamiento", o que "nadie jugará a las cartas o dados por dinero"[1].

Tenemos también a Edward England, que se especializó en los ataques sobre barcos negreros en la costa occidental de África, y que fue depuesto por sus hombres por negarse a hacer daño a sus prisioneros[2] y que se sintió, como otro joven forjador de anclas convertido a pirata bautizado por sus padres como Walter Kennedy[3], llamado a la piratería por esas historias que día a día escuchaba a su alrededor, historias que hablaban de las increíbles hazañas de héroes-ladrones que no sólo se salían siempre con la suya: eran justos, bravos, arrojados y elegantes, y jamás abusaban de su fuerza ni causaban perjuicio físico alguno a ningún inocente si la ocasión no lo requería. Proscritos pero auténticos reyes de los mares, que pusieron en jaque al comercio internacional de la época mientras pudieron y que en muchas ocasiones fueron asesinados por ello[4], permanecen aún vivos en la memoria colectiva.

Y otros ejemplos de personas inspiradas por la ficción los tenemos a pares si prestamos atención a todos aquellos que dejaron atrás las ciudades con el fin de vivir en plena naturaleza movidos parcial o totalmente por los escritos de gente como Henry Thoureau o Jack London, sin contar con el Robinson Crusoe de Defoe, por nombrar sólo algunos.

Pero es precisamente en estos tiempos en que nos dicen que todo está inventado, en que la juventud ha asumido y aceptado sin demasiada dificultad que la originalidad es, sencillamente, imposible, cuando más necesitamos recurrir a nuestra propia mitología para reconquistar nuestras vidas, para recuperar cada pequeña parcela de autonomía que nos ha sido arrancada y alzarnos como seres libres, únicos, irrepetibles.

¡Todos podemos ser superhéroes! ¡Todos podemos ser buscadores de tesoros, arqueólogos o magos! ¡Todos podemos ser vigilantes! ¡Todos podemos ser los protagonistas de una aventura inédita e imposible, todos podemos llevar a cabo acciones memorables!

¿Todos? Bueno, no todos: sólo quienes estén dispuestos a renunciar a la comodidad que da saber -o creer- que cada uno de nuestros pasos ha sido ya trazado y probado de antemano por otros, y que convierte nuestro camino en algo seguro y sin riesgos.

Esta necesidad de romper con los esquemas, esta imperiosa sed de caos, de conflicto, de terminar de una vez por todas con esta paz ficticia, maquillaje de la peor de las guerras jamás llevada a cabo contra el cuerpo -que ahora es invadido hasta lo más profundo de su ser-, ha llenado nuestro mundo de narraciones suplicantes, invocaciones desesperadas de pasión y lucha, de fuego y de locura.

¡Echemos abajo todas las patéticas y viejas excusas que nos confinan en cárceles sin paredes pero aún más asfixiantes, que nosotros mismos hemos colaborado en construir en nuestras cabezas, para encerrar y contener nuestros impulsos más internos, nuestras ansias más ardientes!

¡Pongamos fin a la máquina de producción de Realidad que nos asegura ser el único referente en un universo que está, aún y aunque esta máquina lo niegue, pletórico de posibilidades, de infinitas oportunidades!

¡Advirtamos la peor de las dominaciones, que secuestra nuestros sueños y los hace picadillo, que traspasa invisible nuestras fronteras y nos invade por completo, y expulsémosla por fin y de una vez por todas!

¡A las armas, compañeros! ...Y como decían en el mayo francés, ¡seamos realistas, exijamos lo imposible!

* * * * *

[1] The Pirate's Code.
[2] La república de los piratas. Colin Woodard, 2007. 2008 de la traducción castellana para España y América: Editorial Crítica.
[3] Íbid.
[4] Íbid.

20.1.11

Robert Anton Wilson



Robert Anton Wilson, RAW o simplemente Bob nació el 18 de enero de 1932. En Pijama Surf celebraron su cumpleaños con un tributo excelente, en el cual incluyen una serie de vídeos que conforman un documental sobre la vida de este tío tan simpático. Nosotros enlazamos el primer vídeo -a partir del cual los más avispados podrán ir accediendo al resto, los cuales conforman un total de seis partes, al mismo tiempo que enseñan a los menos avispados cómo hacerlo-, y quien quiera leer el artículo en su totalidad (cosa muy recomendable), puede hacer click aquí.



17.1.11

Blindaje o dinamita

Ante el estancamiento, sólo hay dos opciones reales: blindarse a uno mismo o dinamitarse.

Aunque pueda pensarse lo contrario, muchas personas se encierran en sí mismas cuando reflexionan sobre el hecho de que están atrapadas en un momento que, a pesar de no satisfacerles, parece no terminar nunca y no llega jamás a evolucionar, como recordándoles que lo mejor ya pasó y no queda nada por llegar.
La disonancia cognitiva resultante de este proceso, que va acompañado de una considerable sensación de frustración e impotencia, desencadena una problemática existencial que todos quieren resolver, y uno de los métodos es la negación del conflicto, el "blindaje" o burbuja aislada del mundo en el que la persona, al desconectar toda verdadera interrelación individual con el medio, oculta su propio drama.

Cada uno de estos caminos lleva a un destino diferente, pero mientras el blindamiento ya nos es bien conocido -nos sume en una repetición interna y circular de lo-que-supuestamente-somos a modo de mantra-, dinamitar voluntariamente nuestra estructura, formada por ideas, sentimientos, prejuicios, miedos, expectativas..., lo pone todo patas arriba, dejándolo por el suelo y al mismo nivel y nos permite una "objetividad" a la hora de mirarnos a nosotros mismos que pocas cosas consiguen.

Además de esto, el confinamiento nos cohíbe y coarta nuestros sentidos, es decir, anula toda posible experimentación en pos del mantenimiento de un statu quo que, previamente, ya identificamos como perjudicial. Dicho de otro modo, conservamos lo que tenemos, que no nos gusta, por el simple pánico a recordar que, en realidad, no lo queremos.

Y los más espabilados entre quienes lean estas líneas ya habrán observado el símil de este caso que comento con la situación política actual en el Imperio global que padecemos -un Imperio sin fronteras físicas-, donde se toleran todo tipo de aberraciones de las que nadie sale verdaderamente beneficiado (a menos que alguien quiera llamar placentero al hecho de saberse explotador y genocida que tienen que enfrentar los funcionarios de dicho Imperio cada día, si es que se atreven) antes que disponerse a volarlo todo por los aires y extraer de ello lo poco útil que quede, si es que queda algo, tras un análisis sincero del asunto.

No hay diferencia entre cambiar el mundo y cambiarse a uno mismo.
No hay "pasos que seguir", metas "sencillas" que dan lugar a otras más "complejas".
No hay adentro, ni afuera. Todo ya está sucediendo.

16.1.11

Henry Louis Mencken (I)


"Cae la cabeza del rey, y la tiranía se vuelve libertad. El cambio parece abismal. Luego, pedazo a pedazo, la cara de la libertad se endurece, y poco a poco se vuelve la misma vieja cara de la tiranía. Después, otro ciclo, y luego otro más. Pero bajo el juego de todos estos opuestos hay algo fundamental y permanente: la ilusión básica de que el hombre puede ser gobernado y al mismo tiempo ser libre".

* * * * *
"Todo gobierno es, en su esencia, una conspiración contra el hombre superior: su único objetivo permanente es oprimirlo y malograrlo. Si es aristocrático en organización, entonces busca proteger al hombre que es superior ante la ley contra el hombre que es superior ante los hechos; si es democrático, entonces busca proteger al hombre que es inferior en todo contra ambos. Una de sus funciones primarias es regir a los hombres por la fuerza, para hacerlos tan iguales como sea posible y tan dependientes uno del otro como sea posible, para buscar y combatir la originalidad entre ellos. Todo lo que puede ver en una idea original es un cambio potencial, y por tanto una invasión a sus prerrogativas. El hombre más peligroso para cualquier gobierno es el hombre que tiene la habilidad de pensar las cosas por si mismo, sin que le importen las supersticiones o tabúes. Casi inevitablemente llega a la conclusión de que el gobierno bajo el cual vive es deshonesto, loco e intolerable, y así, si es un romántico, trata de cambiarlo. E incluso si no lo es, si es muy apto para extender el descontento entre quienes lo son".

H. L. Mencken,1880-1956.

Esos que se llaman adultos

Esos que se llaman "adultos" no son más que niños que se tomaron demasiado en serio un solo juego en particular, en detrimento de todos los demás.
Negaron el infinito y su infinito, afuera y adentro, y se volcaron sobre una única cosa.
Se encontraron a sí mismos siendo trabajadores, especialistas, ciudadanos, votantes.
Engrosaron todo tipo de estadísticas, se hipotecaron con entusiasmo -parecía divertido al principio-, se encadenaron a préstamos, diferenciaron entre "tiempo de ocio" y "jornada laboral", marcaron en un calendario sus vacaciones -y no las tomaron ellos mismos, les fueron concedidas por otros-, se preocuparon por el terrorismo, sintonizaron la televisión en el canal y horario de la prensa rosa y se tragaron los programas mientras quizá los criticaban.

Formaron una familia, a menudo como el arquitecto que diseña un proyecto urbanístico que sabe que va a hundirse, y se decepcionaron al verla desintegrarse.
Hubo boda y hubo sacerdote para bendecirlos -en nombre del Estado o la Iglesia católica, eso a nadie le importa-, y con suerte ese día fue uno feliz en su matrimonio.

Hubo despedida de soltero y hubo strippers y litros de alcohol, rito de iniciación imprescindible.
Hubo quizá hijos y se les educó -si es que se tomó alguna responsabilidad en su crianza más allá de sentarlos frente a la pantalla de algún monitor indeterminado, darles de comer porquerías enfermantes y obligarles a lavarse, acudir a un centro cerrado de adoctrinamiento y dormir-, en una certeza infalible que no existía: la de que sus padres, esos adultos, sabían lo que estaban haciendo. Así habían sido educados también ellos.
La misma historia, venida de lejos, repitiéndose una y otra vez.

Ni siquiera fue necesaria una imposición forzosa ni violenta.
No hubo una réplica convincente a una duda razonable, porque tampoco hubo duda razonable alguna.
Nadie preguntó nada.

El sendero aséptico, indicado con flechas, señalado claramente.
El camino seguro, el paso monótono, ¿de dónde salía tanta determinación?
Sin más tragedia que esta tragedia, en cerrada circunferencia.

Como caballos con anteojeras y bien atados.
-¿Cómo podía existir algo más allá?, preguntaría alguno si alguien preguntase. ¿Cómo íbamos a saberlo?
No sería necesario ningún control si nada hubiera, podría oírse una respuesta, si respondiese alguien.

Esos que se llaman a sí mismos adultos, maduros, madurados, no son menos niños que todos los demás pero en la farsa que han montado ya no están actuando. De alguna manera recuerdan el guión letra por letra pero han olvidado lo que era. Si no hay telón, no hay nada detrás. No hay camerino, no hay descanso, no hay final -más que un final-, ni nuevas obras que representar.
Pausada y triste letanía donde las voces se dan la razón unas a otras, capaces como han sido de apartar de sí el hecho de que la idea que aplauden no se le ocurrió a ninguna de ellas.


14.1.11

Rumba en el banco



Acción colectiva flamenca de flo6x8.com. Se colaron en una de las oficinas del Banco Santander en Sevilla. Según cuentan, se "compincharon" con una "emisora de radio amiga", y se plantaron en la sede con siete transistores. "En el momento preciso emitieron y bailamos en directo la fantástica rumba 'banquero'".

13.1.11

Misterios y secretos (I)

No son los magos, brujos o exploradores quienes persiguen desvelar los misterios y secretos: esos son otros, y se les llama científicos.
Un mago, explorador o brujo es aquel que necesita de los misterios y secretos: su existencia no tiene sentido sin ellos.

Y nada más inútil que pretender divulgar cada nuevo hallazgo: nadie ajeno al suceso podría comprender nada sobre el mismo, para ello hubiera sido imprescindible presenciarlo en su justo momento.

No hay tiempo. Hay que continuar.

11.1.11

Viaje vs. Turismo



El viaje es un continuo descubrimiento, único e irrepetible.
Mientras la Real Academia Española lo define genéricamente en su Diccionario como trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante, por cualquier medio de locomoción, para el viajero cada detalle, cada suceso, cada encuentro, es completamente personal e intransferible. Exclusivo. Nadie ajeno a ese fragmento concreto de espacio-tiempo será jamás partícipe de una experiencia similar.


Para el turista, sin embargo, no está permitida la sorpresa: como evidencian las palabras de la Organización Mundial del Turismo de las Naciones Unidas (autoridad incuestionable en la materia) al respecto, el turismo comprende el conjunto de actividades que realizan los individuos durante sus viajes y estancias en lugares distintos al de su entorno habitual, por un período consecutivo inferior a un año y mayor a un día, con fines de ocio, por negocios o por otros motivos, en una definición que no deja espacio para muchas dudas.

Todo lo que aparece ante los poco entrenados sentidos del turista ha sido ya preconfigurado y programado por otros para su consumo. Para el suyo y para el de quienes son como él: así el placer es suministrado, en serie y casi sin matices, se trata de un producto prefabricado y sin más mérito que el de su rudimentaria y pobre concepción.
Siendo la industria del ocio uno de los pilares básicos del omnipresente imperio de la mercancía no cabe la improvisación ni el misterio: lo que se expone es lo que hay, y cuesta dinero.
La experiencia individual casi anulada, si no totalmente mutilada.

El viajero es semi-nómada, lleva el sendero dentro y nunca deja de seguirlo. Permanece en cada enclave sólo el tiempo que su ser le requiere: ni más ni menos. Decide en cada momento cuál es su hogar y dónde está, y hacia él su entrega es absoluta. Su peregrinaje incluye el lugar en que nació pues, como ya sabe, nada para nunca de cambiar.

El turista es un sedentario insaciable. Incapaz de acaparar el mundo entero en su sótano y ansioso de almacenarlo al menos en sus recuerdos -como si esto fuera posible-, se lanza a la carrera de verlo todo, de probarlo todo, de fotografiarlo todo, de grabarlo todo, de guardarlo todo.
En raras ocasiones se percata de su condición indiscreta de voyeur desvergonzado: es un profanador de tumbas pues para su disfrute todo lo que se le ofrece ha sido previamente asesinado.

No hay confusión posible: el turismo no es más que la conversión de otro aspecto más de la vida humana -el viaje- a elemento económicamente funcional y útil, con todo lo que ello significa.

10.1.11



Sin blanca en el cielo y el infierno, 2 de 2. Los Invisibles. Grant Morrison.
Colección VERTIGO, DC Comics. Norma Editorial.

7.1.11

Los «peques»



Rostros pintados y melenas largas



Los indudablemente «peques» -los que tenían alrededor de los seis años- vivían su propia vida, muy diferente, pero también muy activa. Se pasaban la mayor parte del día comiendo, cogiendo la fruta de los lugares que estaban a su alcance, sin demasiados escrúpulos en cuanto a madurez y calidad. Se habían acostumbrado ya a los dolores de estómago y a una especie de diarrea crónica. Sufrían terrores indecibles en la oscuridad y se acurrucaban los unos contra los otros en busca de alivio. Además de comer y dormir, encontraban tiempo para sus juegos, absurdos y triviales, sobre la blanca arena junto al agua brillante. Lloraban por sus madres mucho menos de lo que podía haberse esperado; estaban muy morenos y asquerosamente sucios. [...] rara vez se ocupaban de los mayores, y su apasionada vida emocional y gregaria era algo que sólo a ellos pertenecía.

Habían construido castillos en la arena, junto a la barra del riachuelo. Estos castillos tenían como un pie de altura y estaban adornados con conchas, flores marchitas y piedras curiosas. Alrededor de los castillos crearon un complejo sistema de señales, caminos, tapias y líneas ferroviarias que sólo tenían sentido si se las observaba con la vista a ras del suelo. Allí jugaban los peques, si no completamente felices, al menos con absorta atención; y a menudo grupos de hasta tres se unían en un mismo juego.

Rostros pintados y melenas largas. El señor de las moscas. William Golding, 1972-1985. Alianza Editorial. Págs. 70-71.

6.1.11

Sólo debemos renunciar a una cosa

Lo imposible

Hace ya más de diez mil años de aquel tiempo en que aún creíamos que todo estaba por venir.
Después de ver maravillas y catástrofes llegar y marcharse, nos hemos acabado convenciendo a nosotros mismos de que ahora, en este preciso momento histórico de nuestras vidas, no queda nada por lo que aguardar intrigados. Las sorpresas se nos antojan producto de otra era.

A duras penas recordamos los días pasados en la guardería, la escuela primaria o los primeros años de instituto. Al principio, los profesores y los padres eran figuras de autoridad incuestionables, como monolitos alienígenas dominando nuestro universo desde las alturas. La única táctica posible para ser libre era la huida o la escaramuza. Tratábamos de esquivar su mirada omnipresente, que como todo sistema, tenía sus huecos. Nos quejábamos, protestábamos o llorábamos implorando compasión, piedad o empatía, según tocase. Nos hacíamos los duros o indiferentes, pretendíamos no estar tramando nada para salirnos con la nuestra, se nos agudizaba el ingenio. Pero pocas veces o jamás se nos ocurrió luchar: los gigantes eran invencibles, no había forma de derrocarlos, de ellos dependía además toda nuestra subsistencia.

Luego llegó la ruptura. Algunos fuimos aceptados como adultos mientras otros amenazamos con irnos de casa (cumpliéndolo en unos casos y no en otros). Algunos conseguimos entender a nuestros padres mientras otros peleamos con ellos cada mañana y cada noche. No importa. En la Edad de Oro éramos salvajes al filo de la navaja, proscritos en tierra de Nadie. La libertad no era un concepto, era un hecho. O eras libre o no lo eras.

Nuestros profesores pasaron a ser más bajitos de repente, menos monstruosos. Sus caras de estreñimiento y amargura no reflejaban más que su propia derrota ante la vida y no eran, desde luego, ningún ejemplo a seguir. Estábamos desgarrando los mitos que nos hacían esclavos uno por uno, poco a poco, creando nuestras propias definiciones de lo que era la realidad.

Después de aquello vino el mundo-que-era-nuestro, y también vino su caída. Fue traumático pensar que también nuestras propias ideas sobre el Todo pudieran estar equivocadas.

Y entonces nos acostumbramos a vagar de un lado a otro sin certezas. Flotando pasivamente como una pluma sobre el viento. Como mucho podíamos aprender técnica de vuelo, y dirigir mínimamente nuestro rumbo.

No vivíamos la vida, la vida nos vivía a nosotros.
No dejes que esa zorra pueda contigo, decía Walda, y tenía razón.

La máquina de producir definiciones sigue funcionando, y con ella su capacidad para (re)crear la realidad. Somos sueños mutantes, incubadores de milagros y pesadillas, de hechizos y misterios.

El universo no está fuera, ni dentro, es un suceso del que formamos parte, y en esta situación en que todo está por llegar, nos erigimos artífices de nuestros deseos y practicamos alquimia con nuestros miedos.

Somos todo lo que queremos y no queremos ser.
Agarramos a la vida por los cuernos y nos subimos encima.
Lo imposible es nuestro primer objetivo.

1.1.11

Más allá del borde

Con los pantalones por las rodillas y unos calzoncillos largos de cuadros rojos y azules -cualquier cosa menos sexy-, un idiota se contonea.
Se contonea dentro de un bar.

Lleva su chaqueta parcheada colgando alrededor del cuello como si se tratase de un principio de toga solemne que le otorgase autoridad.
Por supuesto no le otorga ninguna.


El bar es un pub irlandés, o pretende serlo, pero la música de fondo no es irlandesa tradicional. De hecho, no es ni irlandesa ni tradicional.

El tipo se contonea, alternando movimientos de baile popular no muy logrados con aspavientos de sus brazos colocados como muñones, que pretenden estar donde se encuentran normalmente las manos.
Se mueve de un lado a otro mostrándole al resto de los parroquianos expresiones que le sitúan entre un simple gilipollas y un deficiente mental grave.

En ese momento no se le ocurre otra forma de resultar menos interesante. Y es que no quiere resultar interesante: su libertad, esta noche en la que el año termina, consiste en no ser nadie.

No es necesario estar verdaderamente borracho ni ser un auténtico lunático para mostrarse así ante el mundo. Un alcóholico que no busca amigos o un loco demasiado enfrascado en su propio simulacro (y de algún modo todos vivimos en uno, más o menos compartido y compartible), ninguno de ambos se esfuerza, ninguno de ambos persigue nada: han caído por el borde de la realidad.

Después me surgió la oportunidad de marchar hacia una fiesta -con un tipi, hippies y una hoguera, me dijeron-, así que pudiendo pasar la noche alterado por el contenido de un vaso o un cigarro decidí, sin embargo, bajarme en una casa llena de silencio y disponerme a terminar en soledad un libro que andaba leyendo cuya última cita a destacar, en mi opinión, rezaba:

Moriré niño grande: cuando concibo lo que quiero realizar me vuelco a buscar los medios para lograrlo.
G. Butaud. Le Végetalien n.º 1, 1924 (reproducido de Naturiens,.., (Dis)Continuité, septiembre de 2003, pp. 314-317 (traducción y nota de R. R.). ¡Viva la naturaleza! Introducción y selección de textos Josep Maria Roselló. Virus editorial.