16.1.11

Esos que se llaman adultos

Esos que se llaman "adultos" no son más que niños que se tomaron demasiado en serio un solo juego en particular, en detrimento de todos los demás.
Negaron el infinito y su infinito, afuera y adentro, y se volcaron sobre una única cosa.
Se encontraron a sí mismos siendo trabajadores, especialistas, ciudadanos, votantes.
Engrosaron todo tipo de estadísticas, se hipotecaron con entusiasmo -parecía divertido al principio-, se encadenaron a préstamos, diferenciaron entre "tiempo de ocio" y "jornada laboral", marcaron en un calendario sus vacaciones -y no las tomaron ellos mismos, les fueron concedidas por otros-, se preocuparon por el terrorismo, sintonizaron la televisión en el canal y horario de la prensa rosa y se tragaron los programas mientras quizá los criticaban.

Formaron una familia, a menudo como el arquitecto que diseña un proyecto urbanístico que sabe que va a hundirse, y se decepcionaron al verla desintegrarse.
Hubo boda y hubo sacerdote para bendecirlos -en nombre del Estado o la Iglesia católica, eso a nadie le importa-, y con suerte ese día fue uno feliz en su matrimonio.

Hubo despedida de soltero y hubo strippers y litros de alcohol, rito de iniciación imprescindible.
Hubo quizá hijos y se les educó -si es que se tomó alguna responsabilidad en su crianza más allá de sentarlos frente a la pantalla de algún monitor indeterminado, darles de comer porquerías enfermantes y obligarles a lavarse, acudir a un centro cerrado de adoctrinamiento y dormir-, en una certeza infalible que no existía: la de que sus padres, esos adultos, sabían lo que estaban haciendo. Así habían sido educados también ellos.
La misma historia, venida de lejos, repitiéndose una y otra vez.

Ni siquiera fue necesaria una imposición forzosa ni violenta.
No hubo una réplica convincente a una duda razonable, porque tampoco hubo duda razonable alguna.
Nadie preguntó nada.

El sendero aséptico, indicado con flechas, señalado claramente.
El camino seguro, el paso monótono, ¿de dónde salía tanta determinación?
Sin más tragedia que esta tragedia, en cerrada circunferencia.

Como caballos con anteojeras y bien atados.
-¿Cómo podía existir algo más allá?, preguntaría alguno si alguien preguntase. ¿Cómo íbamos a saberlo?
No sería necesario ningún control si nada hubiera, podría oírse una respuesta, si respondiese alguien.

Esos que se llaman a sí mismos adultos, maduros, madurados, no son menos niños que todos los demás pero en la farsa que han montado ya no están actuando. De alguna manera recuerdan el guión letra por letra pero han olvidado lo que era. Si no hay telón, no hay nada detrás. No hay camerino, no hay descanso, no hay final -más que un final-, ni nuevas obras que representar.
Pausada y triste letanía donde las voces se dan la razón unas a otras, capaces como han sido de apartar de sí el hecho de que la idea que aplauden no se le ocurrió a ninguna de ellas.


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