Jugamos a los contrarios, hielo y fuego, decidimos con palabras si el amor es, o no, eterno, nada dura para siempre o no cambiaré nunca. Cada cual escoge su bando y alza su bandera. Los del efímero Carpe Diem (oh, venga ya) cara a cara con los románticos que buscan trascendencia (lo entiendo amigos, pero seguid leyendo): nadie queda fuera, ni solo, todos podemos elegir una jaula.
Sin embargo, sólo el cambio permanece inmutable. Decimos que vivimos en una casa, y con alguna persona en concreto, y en unas condiciones específicas. Pero todo cambia sin parar. Esa casa en la que vivimos, ¿nos encontramos siempre dentro? Quizá dormimos todas las noches en la misma cama, ¡pero quizá no! Y esa persona con la que vivimos, ¿se halla siempre a nuestro lado? ¿Nunca se marcha? ¿Nunca sale sola? ¿No nos separamos jamás de ella? Joder, quizá sólo mientras dormimos, ¡pero ahí lo tenéis! En sueños cada cual camina dentro de su propio mundo.
Algunos sentencian que toda relación termina pero, ¿de qué relación hablan? No soy la misma persona siempre. Solo o acompañado, mi estado de ánimo cambia, así como mis circunstancias. Ella o él -me dicen- no estará a tu lado siempre -y asienten satisfechos y condescendientes-, ¡amigos! ¡Nada nuevo bajo el sol! De hecho, él o ella no siempre están a mi lado. No siempre me acompañan. Nos gusta pensar que estamos juntos -porque nos amamos o damos alas mutuamente-, pero sabemos -porque hay que saberlo-, que sólo el tiempo que pasamos juntos estamos, verdaderamente, juntos. El resto del tiempo los otros están donde están los otros -y tal vez en mi corazón y pensamiento-, y yo estoy donde estoy yo -tal vez también en el corazón y pensamiento de los otros-. Lo demás, pura abstracción, que realizamos con tal frecuencia que hemos naturalizado hasta no ver más allá de ella -ni tampoco a través de ella-.
No hay UNA ÚNICA relación teniendo lugar,
¡estoy yo mismo relacionándome con todo!
Si elijo dedicar mis atenciones especialmente a alguien -porque me da la gana-, ¿acaso significa eso que estamos abocados inevitablemente a acabar enfadados (hay muchos amargados y decepcionados contando esta historia ahí fuera)? ¿Sabemos si querremos hacerlo en el futuro y toda la vida? No. Sabemos lo que ocurre ahora. Sabemos lo que queremos ahora. Sabemos lo que nos gusta ahora. Creer que por fuerza en algún momento dejaré de ver a alguien para siempre -el amor termina, dicen- tiene tanto sentido como pensar que permanecerás junto a alguna persona para toda la eternidad -o hasta que la muerte os separe-, ¡ninguno!
No pretendo desanimar a la gente. Al contrario, abogo por la fe tanto como por el análisis crítico. Pero huyamos de racionalizaciones tanto como de generalizaciones. Nos llevan al absurdo -un absurdo poco interesante-. La vida no tiene nada que ver con absolutos. Ocurre, sin más.
Los caminos confluyen, una y otra vez, y ahora mismo tú y yo coincidimos, ¡alegría! No sé cuánto durará, ¡ni siquiera sé si acabará! No tengo ni la más remota idea, baby. Ninguna.
Pero en este preciso instante, y si por mí fuera, duraría para siempre. Y eso es todo lo que tengo que decir. Por ahora.
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