21.6.11

En busca de nosotros

Recuerdo lo que llamé la mayor de las traiciones y culparme a mí mismo por ella. De día y de noche pero, sobre todo, de noche.
Recuerdo mirarme ante un espejo ajeno, con arrebato mutante pero extraño, no buscándome sino ansiando mostrarme como pensaba que los perdidos me querrían.

Frenético y desesperado, como sangre que huye de una herida mortal, sin noción de tiempo pero sujeto al tic-tac de los relojes. Sólo quise gustarme, adorarme, descubrirme. El exterior inerme, ¿sabe alguien qué buscan en uno quienes lo abandonan? No te adaptas, ¡no lo busques!, el mundo no se adapta a nadie.

Un instante de luz perfecto que arde, que explota, irremediable, irrepetible. Hazte hermoso y brilla, como los astros, las supernovas, el cielo y el infierno. No tiene sentido tomar a la luna como ejemplo si al final no hace más que reflejar al sol sobre las aguas del mar.
Arrojarlo todo, sin miedo, a la pira de lo antiguo, lo eterno vuelve, lo efímero desaparece.
Ámate como a Dios mismo. No hay otro, ¡o no lo habrá mientras lo persigas!

¿Qué clase de aristócrata se arrastra como un esclavo? Contonéate, como un meteorito que supera la atmósfera, como un pavo real, como el gallo en el corral que ignora deliberadamente la jaula -destroza la jaula y escapa si te ves capaz-.

Convéncete de merecerlo todo.
Los manjares, el templo, el paraíso, el amor; no luches por causa alguna que no sea tu propia causa, no pelees por nada que no te desgarre el alma y desde luego no te brindes deseo que no te queme dentro.

No me juzgo como humano, ni como animal, no me corresponde. Ni a mí ni a ti ni a nadie. Alcémonos. Hacia arriba, hasta rozar las nubes. Lleguemos a lo más alto. Y superémoslo.

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