16.10.11

El salto final


Las dimensiones de la piscina exceden considerablemente todo lo razonable. Cualquier observador desistiría de inmediato en la tentación de estimar sus proporciones. Su anchura se hunde en la tierra y su longitud se pierde hasta fundirse con el horizonte.

Y sólo ella tiene la llave de la puerta que permite al mundo liberarse.

El cielo no deja a la noche imponérsele del todo. Incluso a pesar de que el Sol se ha marchado ya con su día a alguna otra parte, aunque desde la perspectiva presente la existencia de cualquier otra parte parezca, sencillamente, imposible. Un fulgor anaranjado, como de acero candente, hace a los astros invisibles.

Bajo ese cosmos de vidrio fundido, un grotesco conjunto de innumerables criaturas humanas se extiende hasta donde alcanza la vista, ordenadas en fila ante el descabellado estanque, configurando la más absurda de las imágenes.

En su incoherencia se apilan los humanos, no obstante, civilizadamente. Consecuentes con el espectáculo que se desarrolla más adelante, todos aguardan con más o menos paciencia pero, eso sí, sin romper filas. Haciendo cola esperan, sin rechistar, su fatídico destino.

Hasta los lemmings, en su bendita ignorancia, poseen una justificación para su tragedia.

El chisporroteo de la grasa ardiendo, y el olor, como de pollo asado, adquieren mayor relevancia en cuanto el individuo, ya cadáver, cesa en sus espasmos y alaridos desgarrantes. Por regla general, la muerte -llamada "rápida"- se produce debido al shock y sucede de manera inmediata.

Todo el dolor infinito e inimaginable del cuerpo, que se retuerce hasta contraerse sobre sí mismo adoptando posición fetal, transcurre en realidad en unos pocos segundos, pasados los cuales la persona no da señales de vida en absoluto.

En su barbarie se organizan los humanos en dos grupos: el grupo 1, aquellos que dirigen la operación y permanecen expectantes, vigilando que todo se cumpla según lo previsto. El resto, el grupo 2 que, como comandados por una fuerza superior y externa, conforma el escuadrón suicida que se lanza al entramado espeso que hierve ante sus narices. Si me pidieran una definición de la estructura hacia la que saltan sin remedio los miembros del segundo grupo sólo diría tres palabras: una freidora gigante.

Y sólo ella tiene la llave de la puerta que permite al mundo liberarse.

De vez en cuando aparece, tras cientos de dóciles y eficientes kamikaze que no se lo piensan ante el aceite hirviendo y las llamaradas fortuitas, algún disidente que, tras las miradas de reprobación del grupo 1 -y algún empujón de sus propios compañeros impacientes del grupo 2-, acaba también no obstante derritiéndose achicharrado en el oro líquido y brillante.

Sólo unos pocos vigilantes conforman, de hecho, el grupo 1. Sin embargo, la exagerada mayoría del grupo 2, con su ventaja numérica, no supone ningún problema para la ejecución de los sucesos tal y como están planeados.
Cada grupo cumple disciplinadamente su función.

Y sólo ella tiene la llave de la puerta que permite al mundo liberarse.

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