28.10.11

Lotta y las hormigas


Allí nos encontrábamos Lotta y yo, pisando alegres pavimento de un entorno que nos era a ambos muy familiar; la fecha, sin embargo, significativa y distinta. Casi un año después de haber hecho de la ciudad un punto de partida para los dos como conjunto, y luego haberla abandonado, caminar por sus calles resultaba de lo más extraño, hermoso aunque a la vez fantasmagórico.

El área perteneciente a la zona universitaria por la que tantas veces habíamos paseado indolentes nos brindaría, pronto, un nuevo interés mutuo: las hormigas.

Las hormigas o formícidos, del orden de los himenópteros, de las cuales existen, aproximadamente, de 12000 especies clasificadas a más de 21000 especies especuladas, podrían constituir del 15 al 25% del total de la biomasa de los animales terrestres y se caracterizan por su alto grado de especialización, su habilidad para la comunicación individual y su capacidad para la resolución de problemas complejos.

Y nosotros las seguimos. Seguimos su rastro para verificar su origen y encontramos el agujero que servía de entrada a su probablemente gigantesca y laberíntica casa, el hormiguero. En aquel momento, de las hormigas no había más que Las Hormigas, se trataba sin lugar a dudas de un grupo compacto que, de repente, captaba toda nuestra atención y nos fascinaba. Y en nuestra fascinación, nos animamos, incluso, a colaborar un poco con nuestras nuevas amigas. Lotta y yo recogíamos aquellas cositas, en su mayoría semillas, que veíamos cargar a los bichitos y las colocábamos algo más cerca, procurando no entrometernos demasiado bruscamente, no fuéramos a arruinar todo el esfuerzo que ponían ellas con empeño y dedicación.

Al cabo de un tiempo indeterminado, mi amante-bandida, Lotta, y yo, emprendimos el camino a casa, entusiasmados con nuestra nueva afición: las hormigas. Comentábamos su estructura en castas y ella, más ducha en biología que yo, me explicaba su comunicación mediante señales químicas denominadas feromonas y cómo emplean sus largas antenas móviles para percibir olores, para orientarse, para obtener información de la dirección e intensidad de los olores. Y de cómo usan la superficie del suelo para depositar rastros de feromonas que otras de sus congéneres pueden detectar.

En una de nuestras visitas, en su afán por alegrar la vida de aquellas diminutas criaturas que tanto alegraban la suya propia, Lotta, radiante, consiguió una piruleta y la llevó consigo junto al hormiguero. La había sacado de su envoltorio y se dedicaba a lamerla sin idea de terminarla pues, como ya había planeado, una parte de ella estaba destinada como ofrenda para las hormigas.

Una vez en el enclave de los formícidos, Lotta arrancó algunos pedazos de piruleta y los dispersó alrededor del campamento. Una vez hecho esto, nos marchamos, de la mano, muy contentos. Ella ya sonreía y se regocijaba pensando en volver al día siguiente a observar la evolución de su acción. Y no nos imaginábamos hasta qué punto ello cambiaría nuestra percepción de lo que, ante nuestras caras perplejas de mirones omnipotentes, había estado teniendo lugar.

A nuestro regreso, la tarde del día siguiente, nos llevamos una desagradable pero llamativa sorpresa: se llevaba a cabo, justo ante nuestras narices, una guerra encarnizada entre lo que nos pareció, en un principio, dos grupos diferentes de hormigas. Al principio no entendíamos la razón por la cual los insectos se disponían unos contra otros con tal fiereza que se desmembraban y mutilaban mutuamente hasta la muerte. Diferentes especies de hormigas se disputaban una batalla que, tras comprobar nosotros la procedencia de las desconocidas, pensábamos como territorial. Un largo reguero de animales, algunos pequeños y otros más grandes, provenía desde la colina junto a la acera y se mezclaba con las que, desde entonces, comenzamos a denominar "las nuestras" o "nuestras hormigas", producida ya la primera identificación tribal con aquella sociedad de hormigas frente a la otra.

Mientras nos devanábamos los sesos en busca del motivo por el cual se producía la contienda, observamos detenidamente los pedazos de piruleta arrojados junto a las hormigas el día anterior. Cientos de pequeñísimas criaturas anaranjadas, hormigas de otra especie cuyos miembros apenan superaban unos milímetros de longitud, se apiñaban glotonas a su alrededor y por encima, hasta cubrirlos por completo. Aquello tenía un aspecto inquietante, si bien no sería hasta nuestro siguiente viaje cuando lo comprenderíamos todo.

La última vez que visitamos a nuestras amigas las hormigas, un enjambre multitudinario de pequeñas invasoras se dedicaba a acorralar el antaño dominio de nuestro grupo favorito de formícidos. Las hormigas intrusas eran, desde luego, más pequeñas y débiles que sus prójimas pero disponían de mayor velocidad y un número considerablemente superior de unidades efectivas: eran máquinas de guerra y conquista, preparadas para la total aniquilación de sus enemigas. Se habían visto atraídas por los trozos de piruleta que nosotros habíamos dejado allí y habían considerado, seguramente, que el lugar era tan bueno como cualquier otro repleto de golosinas dulces para expander su imperio de millones de antenas y pinzas.

Estábamos horrorizados. Proclamábamos nuestro terror a diestro y siniestro, y no dábamos crédito a lo que veíamos. Lotta sentía deseos de aplastar a todas las hormigas atacantes pero ni aún habiéndolo hecho podría haber colaborado demasiado con nuestro equipo: pisar a las hormigas que nos caían mal sin hacer daño a su vez a las que nos caían bien era prácticamente imposible en la situación en que nos encontrábamos. No obstante, ambos comprendimos rápidamente que no era interfiriendo como podíamos ayudar. De hecho, era interviniendo como habíamos creado todo el desorden, creyéndonos con la suficiente superioridad intelectual y moral como para decidir qué les hacía falta a los animales y cómo podíamos aportarles nosotros a ellos, desde nuestra ventajosa posición de observadores objetivos, exactamente lo que necesitaban para, al mismo tiempo, sentirnos poderosos y rebosantes de bondad, la caridad de Dios hecha carne. Y no obstante, ahí lo teníamos. Los efectos del intervencionismo político alegóricamente anunciados por un par de colonias de hormigas enfrentadas a causa de nuestra negligencia y parcialidad.

¿Ves? -le comenté a Lotta-, como a pequeña escala, igual sucede a gran escala. Todo es lo mismo a diferente nivel. Como todos esos gobiernos, organizaciones e individuos que deciden intervenir en problemas y situaciones nacionales y sociales que no les incumben y que acaban, a pesar de sus presuntas buenas intenciones originales, no aportando sino mayor daño y sufrimiento del que ya había previamente y, en cualquier caso, no solucionando nada en absoluto.

Quiero irme ya de aquí -sentenció Lotta, compungida.- Ya no me gusta esto, ojalá no hubiera tirado al suelo esos trozos de piruleta, entonces nada de esto habría sucedido.

Tienes razón -asentí, tratando de consolar a Lotta. -Pero no te sientas culpable. Actuamos sin reflexionar sobre las posibles consecuencias de nuestras acciones y ahora hemos comprobado los resultados. No nos gustan pero hemos aprendido mucho y eso significa que, en la próxima ocasión que se nos presente, sabremos hacer lo correcto.

Sí -terminó Lotta-, y ahora vámonos a casa y esperemos que todo esto se solucione solo y por sí mismo.

Y así, Lotta y yo, emprendimos tristes pero despiertos por el nuevo descubrimiento, el camino al hogar donde nos preparamos una cena deliciosa y nos permitimos olvidarnos, durante un rato, de las hormigas y sus cosas.

3 comentarios:

  1. Pequeños cambios generan grandes cambios.

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  2. Seguint la concepció nietzschiana de "Les tres metamorfosis", al donar a les formigues la piruleta, actuàveu com el camell, que porta a sobre la càrrega de la salvació de totes les criatures.

    Tota una experiència la de Lotta i el seu company, tota una vivència, sí senyor!

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  3. Más vale no intervenir por amor a la vida, que correr en pos de ella.

    -Lao Tzu.

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