6.1.11

Lo imposible

Hace ya más de diez mil años de aquel tiempo en que aún creíamos que todo estaba por venir.
Después de ver maravillas y catástrofes llegar y marcharse, nos hemos acabado convenciendo a nosotros mismos de que ahora, en este preciso momento histórico de nuestras vidas, no queda nada por lo que aguardar intrigados. Las sorpresas se nos antojan producto de otra era.

A duras penas recordamos los días pasados en la guardería, la escuela primaria o los primeros años de instituto. Al principio, los profesores y los padres eran figuras de autoridad incuestionables, como monolitos alienígenas dominando nuestro universo desde las alturas. La única táctica posible para ser libre era la huida o la escaramuza. Tratábamos de esquivar su mirada omnipresente, que como todo sistema, tenía sus huecos. Nos quejábamos, protestábamos o llorábamos implorando compasión, piedad o empatía, según tocase. Nos hacíamos los duros o indiferentes, pretendíamos no estar tramando nada para salirnos con la nuestra, se nos agudizaba el ingenio. Pero pocas veces o jamás se nos ocurrió luchar: los gigantes eran invencibles, no había forma de derrocarlos, de ellos dependía además toda nuestra subsistencia.

Luego llegó la ruptura. Algunos fuimos aceptados como adultos mientras otros amenazamos con irnos de casa (cumpliéndolo en unos casos y no en otros). Algunos conseguimos entender a nuestros padres mientras otros peleamos con ellos cada mañana y cada noche. No importa. En la Edad de Oro éramos salvajes al filo de la navaja, proscritos en tierra de Nadie. La libertad no era un concepto, era un hecho. O eras libre o no lo eras.

Nuestros profesores pasaron a ser más bajitos de repente, menos monstruosos. Sus caras de estreñimiento y amargura no reflejaban más que su propia derrota ante la vida y no eran, desde luego, ningún ejemplo a seguir. Estábamos desgarrando los mitos que nos hacían esclavos uno por uno, poco a poco, creando nuestras propias definiciones de lo que era la realidad.

Después de aquello vino el mundo-que-era-nuestro, y también vino su caída. Fue traumático pensar que también nuestras propias ideas sobre el Todo pudieran estar equivocadas.

Y entonces nos acostumbramos a vagar de un lado a otro sin certezas. Flotando pasivamente como una pluma sobre el viento. Como mucho podíamos aprender técnica de vuelo, y dirigir mínimamente nuestro rumbo.

No vivíamos la vida, la vida nos vivía a nosotros.
No dejes que esa zorra pueda contigo, decía Walda, y tenía razón.

La máquina de producir definiciones sigue funcionando, y con ella su capacidad para (re)crear la realidad. Somos sueños mutantes, incubadores de milagros y pesadillas, de hechizos y misterios.

El universo no está fuera, ni dentro, es un suceso del que formamos parte, y en esta situación en que todo está por llegar, nos erigimos artífices de nuestros deseos y practicamos alquimia con nuestros miedos.

Somos todo lo que queremos y no queremos ser.
Agarramos a la vida por los cuernos y nos subimos encima.
Lo imposible es nuestro primer objetivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario