Se contonea dentro de un bar.
Lleva su chaqueta parcheada colgando alrededor del cuello como si se tratase de un principio de toga solemne que le otorgase autoridad.
Por supuesto no le otorga ninguna.
El bar es un pub irlandés, o pretende serlo, pero la música de fondo no es irlandesa tradicional. De hecho, no es ni irlandesa ni tradicional.
El tipo se contonea, alternando movimientos de baile popular no muy logrados con aspavientos de sus brazos colocados como muñones, que pretenden estar donde se encuentran normalmente las manos.
Se mueve de un lado a otro mostrándole al resto de los parroquianos expresiones que le sitúan entre un simple gilipollas y un deficiente mental grave.
En ese momento no se le ocurre otra forma de resultar menos interesante. Y es que no quiere resultar interesante: su libertad, esta noche en la que el año termina, consiste en no ser nadie.
No es necesario estar verdaderamente borracho ni ser un auténtico lunático para mostrarse así ante el mundo. Un alcóholico que no busca amigos o un loco demasiado enfrascado en su propio simulacro (y de algún modo todos vivimos en uno, más o menos compartido y compartible), ninguno de ambos se esfuerza, ninguno de ambos persigue nada: han caído por el borde de la realidad.
Después me surgió la oportunidad de marchar hacia una fiesta -con un tipi, hippies y una hoguera, me dijeron-, así que pudiendo pasar la noche alterado por el contenido de un vaso o un cigarro decidí, sin embargo, bajarme en una casa llena de silencio y disponerme a terminar en soledad un libro que andaba leyendo cuya última cita a destacar, en mi opinión, rezaba:
Moriré niño grande: cuando concibo lo que quiero realizar me vuelco a buscar los medios para lograrlo.G. Butaud. Le Végetalien n.º 1, 1924 (reproducido de Naturiens,.., (Dis)Continuité, septiembre de 2003, pp. 314-317 (traducción y nota de R. R.). ¡Viva la naturaleza! Introducción y selección de textos Josep Maria Roselló. Virus editorial.
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