8.2.11

Liberado de un cartucho de tinta de impresora


Hola, amigos.
Aunque no revelaré mis verdaderos datos -para protegerme a mí mismo y a mi familia-, me presentaré de alguna manera: pueden llamarme Customer Care. Pueden llamarme Customer Care y solía llevar una vida aparentemente normal, como cualquier otro hombre con camisa de cuadritos, gafas, canas y sonrisa amable y de aspecto sincero. Y sí, tienen razón cuando miran mi fotografía y ven en ella a su hermano, padre o hijo, o a cualquier otra persona. Mi normalidad me resultaba extrema hasta a mí mismo.

Sin embargo, y aquí deberían prestar atención para no perderse, algo me hace especial: hasta hace poco me encontraba enclaustrado en la caja de un cartucho de tinta de impresora, con la barrera extra de una carcasa de plástico. Sí, como leen. Un cartucho de tinta de impresora.
¿Y dónde se encontraba dicha carcasa de plástico con dicho cartucho de tinta de impresora, dónde esa jaula para cuerpo-mente-corazón, esa cárcel de emociones, pensamientos, voluntades, anhelos, deseos, alegrías y tristezas?  En un centro comercial, dónde si no.

Mi historia no presenta grandes complicaciones: me encontraba un día caminando, con intención de realizar la compra de unos cuantos vegetales -en su mayor parte para preparar un delicioso pastel que nunca se materializó (pueden observar mi lista de la compra en la fotografía que les adjunto)-, cuando me sorprendieron por detrás de forma eficaz.


Inconsciente, incapaz de defenderme, me apresaron y, con toda la facilidad que les permitieron mis 86 kg de peso, me introdujeron en la caja del cartucho de tinta de impresora, cosa que en ese momento preciso, al despertar atolondrado, difícilmente podía averiguar pero que entendí posteriormente por lo poco que pude extraer de las conversaciones que tenían lugar a mi alrededor.
Me transportaron en algún vehículo hacia el centro comercial que mencioné antes. Aunque toda posibilidad de comunicación con el exterior se veía sofocada por la pesada cubierta que me rodeaba, pude corroborar que, en el mismo vehículo donde yo me encontraba, había muchos más hombres en la misma situación que yo. Atrapados, confusos, sin la menor idea de qué estaba sucediendo. Hombres, con toda seguridad normales en extremo como yo, de camisa de cuadritos, gafas, canas y sonrisa amable y de aspecto sincero. Hombres buenos, funcionales, estables psicológicamente hablando, tan previsibles como predecibles, sin capacidad para la reacción espontánea, para el milagro, para la vida más allá de los cánones y límites establecidos.

Y todos, como a mí y sin excepción, acabamos en el centro comercial, todos en nuestras cajas de cartucho de tinta de impresora protegidas con carcasa de plástico. Y a todos, como yo y sin excepción, nos colgaban de pequeñas perchas en sus estanterías interminables y nos disponían para la venta, como esclavos, como mercancía, ya totalmente deshumanizados y desprovistos de toda autonomía y control sobre nuestras vidas, prestos a engrosar la lista de propiedades de cualquier familia y/o usuario de impresoras por, aproximadamente, 30 ó 40 euros (precio que, aunque abusivo para la tinta de impresora, no puede ni podrá jamás servir para comprar la dignidad de un hombre, pues ésta no se mide con dígitos ni con dinero).
Pero algo lo cambió todo.

Un día, como gracias a Dios supe y ahora puedo relatar, un hombre ataviado con ropa elegante pero moderada, de aspecto tranquilo y apacible, se presentó en dicho centro comercial. Su intención era la que todo cliente de un centro comercial aparentemente tiene: obtener un objeto a la venta mediante su previo pago, comprar un producto. Adquirirlo. Pero la diferencia radicaba en que este hombre, ataviado con ropa elegante pero moderada, de aspecto tranquilo y apacible, simplemente se saltó uno de los pasos, a saber, el del pago. Entró en el centro comercial, agarró el cartucho donde yo afortunadamente me hallaba y se marchó. Este hombre, para muchos simple ladrón, se convirtió en mi héroe y salvador y no sólo se sintió rápidamente escandalizado por mi historia sino que se comprometió a difundir, fomentar y practicar la Liberación de Hombres Enclaustrados en Cajas de Cartuchos de Tinta de Impresora Protegidos por Carcasas de Plástico, o LHECCTIPCP.

Amigo lector, únete a nosotros. Pocos conocen nuestra causa. Pocos saben de nuestro sufrimiento. A mí me liberaron del yugo de la esclavitud mercantil pero otros permanecen reclusos. Colabora, haz tu parte. Sustrae, sin previo pago, un cartucho de tinta de impresora y salva a un hombre inocente.

Y recuerda, cualquier día podría pasarte a ti.

Un saludo a todos y gracias de antemano de parte de Customer Care, a partir de ahora siempre a vuestro servicio y el de cada hombre encerrado y encadenado, en una caja de un cartucho de tinta de impresora o en cualquier otra parte.

Por la libertad y por la vida, ¡abajo el imperio de la mercancía!

1 comentario:

  1. Magnífico o punto de vista. Ou mellor dito, o escenario en que se move o punto de vista. Homes íntegros inoculados nos cartuchos de tinta! Iso pásanos por parvos. Encantoume.

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