Escribo mi vida a dos manos. Con rima o sin ella, a menudo hay poesía. Hay fuego. Me quemo. Entonces la emborrono. La mancha pasa de los ojos a la ropa; camiseta, expectativas, pantalones, esperanzas, zapatos, sueños, todo queda irreconocible. Todo menos yo. No importa la ciudad sino los abrazos y los besos. Sólo dejo de sentirme extranjero entre brazos sinceros. Siempre hacia adelante, aunque no exista delante. Si muriera y me enterrasen, aviso a quien lo haga que se guarde de poner clavos en mi ataúd. No quiero obstáculos si cualquier noche me da por levantarme.
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