Nadie que no sea divino puede adorar a la divinidad., Gandharva Tantra.
Llámalo Dios, si quieres. Se trata de una Entidad. Ni maligna ni benigna. Yo diría que disfruta de una autonomía que nosotros, en principio, no poseemos. No se encuentra sujeto a ninguna atadura de tiempo y/o espacio. Y lo sabe.
Quizá todos formamos a la vez parte de Dios pero por regla general no tenemos ninguna idea de esto. Ni se nos ocurriría pensarlo, igual que no se nos ocurriría pensar que cada célula de nuestro cuerpo sabe, de hecho, que pertenece a un organismo mayor y posee una función determinada en el mismo.
Dios, como conjunto, como Entidad, se sabe Dios. Si existe uno sólo o muchos no estoy seguro. Cabe la posibilidad de que varias Entidades se repartan la conciencia universal o de que existan Entidades mayores o menores o de que una sola adopte todo tipo de disfraces según el caso. Nos importa un pito, justo aquí y ahora, en este punto de la historia.
En cualquier caso, Dios -que se sabe Dios-, se dedica a los asuntos de Dios. Las cositas de Dios. Va de aquí a allá, de alguna forma que seguro que a él, o Ella, le resulta muy sencilla pero que a mí, con mi perspectiva tridimensional básica, me jode el cerebro que te cagas de tan sólo imaginarla.
Y así estaba Dios en algún momento dado, situado entre el Ayer, el Hoy y el Mañana -a Dios todo esto le da más bien igual-, cuando, de pronto, queda perplejo. ¡Algo llama su atención! -la atención de Dios-.
Entre entretenido e irritado enfoca sus ojos u Ojo (grande y único), según toque, hacia un punto concreto de la Existencia. Algo no va como de costumbre. Apunta y apunta y apunta, atravesando tierra y agua, fuego y viento, y da con el objeto de su inquietud.
Ahí está.
Párate a mirar una laboriosa colmena de abejas, con sus activos enjambres, o algún incansable hormiguero, y siéntete superior: tú sí que sabes. Desde tu punto de vista, desde luego, esos diminutos bichos con sus diminutos asuntos no tienen ni la más remota idea de qué pasa ahí arriba.
Y mientras tanto, a Dios, todo grande y poderoso, se le está levantando una divina ceja de incredulidad justo ahora -porque no hay, de hecho, otra cosa que "ahora"-.
Ese tipo de ahí abajo, concluye Dios, no está mirando a las estrellas, ni repasando las constelaciones ni ensimismado con sus pensamientos. Tampoco está absorto con la belleza del horizonte o del crepúsculo. Está mirándome, piensa Dios.
Me está mirando fijamente a mí.
Así comienza el diálogo. Así comienza el cortejo y quizá el acoso. Así comienza la interacción.
Si hay uno, múltiple, o si hay muchos, si acaso es él o Ella, no tiene relevancia.
Y ese miedo, ese terror, ese pánico a lo desconocido, esa conspiración, o todo lo peor que quieras imaginar para frenarte en la identificación con lo divino, bueno, has de saber que no proviene de la Entidad o Entidades, de los "malos" ni de los "buenos"..., proviene, exclusivamente, de ti, de lo más adentro, de lo profundo del infierno.
Tu infierno.
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