8.11.11

Breve ensayo autobiográfico sobre una posible génesis de la homofobia

Del latín “re”, o cosa, reificación significa, esencialmente, cosificación; un poco en el sentido en que Theodor Adorno, entre otros, afirmaba que la sociedad y la conciencia han sido casi completamente cosificadas. A través de este proceso, las prácticas y las relaciones humanas llegan a ser vistas como objetos externos. Lo que está vivo termina siendo tratado como una cosa inerte o abstracción. Se trata de un cambio de los acontecimientos que se experimenta como natural, normal, inmutable.

Esas cosas que hacemos, John Zerzan.

Voy a deciros la verdad: si pudiera, evitaría trabajar con todo mi corazón. Lo juro.
Pero hasta el momento no he encontrado ninguna otra forma de pagar el alquiler que el rol de friegaplatos extranjero y sin contrato en un restaurante chic para pijos jóvenes y modernos. Y apenas tardo quince minutos en llegar a dicho restaurante a pie, sin ni siquiera prisa, pues se encuentra en mi propio barrio.
Por regla general trabajo en esos días y a esas horas en que otras personas celebran su fin de semana laboral. ¿Significa eso que no tengo fines de semana o que mis semanas no terminan? Lo mismo da.

El restaurante en cuestión lo lleva una chica de apenas treinta años. Rubia, alta y delgada, posee esa belleza aséptica de los anuncios de pasta dentífrica, lo cual no la hace muy atractiva a mis ojos. No obstante me cae bien, y su voz cantarina y su amable forma de expresarse la convierten en una jefa bastante fácil de tratar. Y el hecho de que se empeñe en trabajar como una más en su propio local, haciendo de camarera, la hace ganar puntos; desde luego, el proyecto lleva su sello y su ilusión.

A mí todo eso me da bastante igual, pero reconozco un ambiente cómodo cuando lo veo. Y, de hecho, con mi escasa experiencia laboral tengo que admitir que, al cambiar mi último trabajo por éste, el ambiente ha mejorado considerablemente. No obstante, algunas cosas no han cambiado y siguen repitiéndose una y otra vez allá adonde voy. Dos de estas cosas son el sexismo y la homofobia.

En el restaurante hay dos tipos de trabajadores: los camareros y los tíos de la cocina. Yo pertenezco a este último grupo. El primero grupo es un sector casi exclusivamente femenino, con la única excepción de un chico delgado de sonrisa escurridiza llamado Mike.
La mayoría de las camareras parecen, según mi antiguo jefe -que comió en mi restaurante actual en algún momento indeterminado de su vida y que no lo disfrutó por diversas razones que no os interesan ni a mí tampoco, aunque no deje de ser sorprendente por qué demonios volvió entonces dos veces más-, modelos. Trabajan en un restaurante repartiendo platos y bebidas pero tienen el aspecto de jóvenes estudiantes universitarias aficionadas al cine independiente. Sin delantal ni uniforme. Y Mike, el único chico que hace de camarero, encaja perfectamente con el estereotipo que tenemos de chico homosexual.

Mis compañeros de trabajo y yo nos llevamos bien. Con las camareras tengo el escaso contacto necesario para ser amable y para que me traigan algo de beber mientras trabajo. Y con los demás tíos de la cocina todo se limita a unas cuantas bromas y chistes y, sobre todo, a mi silencio atento. Trato de entender de qué están hablando y en ocasiones me divierto bastante, tanto si lo he comprendido como si no, tanto si lo que dicen me gusta o me parece una soberana gilipollez. Aunque el trabajo es siempre el mismo, los compañeros cambian, y al final hay mucha gente distinta trabajando en el mismo local.

No obstante, entre nosotros, los tíos de la cocina, al igual que en otros muchos ramos de trabajadores manuales, se extienden implacables un par de plagas: el sexismo y la homofobia. Pero hasta qué punto se trata de dos actitudes diferenciadas,  y no de un único proceso de acción-reacción, no podemos estar seguros.
¿Por qué?

Mientras que con las camareras mis compañeros hacen uso de actitudes que van desde la excesiva amabilidad al flirteo, pasando por cierto grado de lascivia -especialmente cuando las chicas acaban de marcharse a atender el siguiente pedido-, a  Mike, el presunto homosexual, el trato que le dispensan es bien diferente.
Ciertamente, la ciudad en la que vivo es famosa por su actitud gay-friendly -de la que hacen uso establecimientos y hoteles para atraer a un sector social importante y embolsarse unas jugosas ganancias-, y por tanto la homofobia no cuenta, ni mucho menos, con el apoyo general de la población.
Sin embargo, tampoco de noche son todos los gatos pardos y, en la intimidad, cada uno piensa y expresa lo que le da la gana.
Y, a veces, para crear un nicho de intimidad basta con unas pocas cabezas pensantes alrededor que te den la razón, al menos en apariencia. Por ejemplo, dar por hecho que de nuestra condición sexual (de "hombres") se derivan cosmovisiones idénticas o al menos compatibles, es un buen método para sentirse cómodo cuando se pasan horas trabajando con personas prácticamente desconocidas. Y esto pasa en mi trabajo también. Y que yo no comparta la mayoría de opiniones vertidas a mi alrededor no implica que los demás se den cuenta, especialmente si permanezco callado la mayor parte de la jornada laboral.

Así que el trato que dispensan mis compañeros de trabajo a Mike difiere bastante del que dan a las chicas, ¿y por qué?

Bueno, Mike es, según los cálculos de estos tipos, homosexual o, en otras palabras, se siente atraído por personas de su mismo sexo. Personas como, por ejemplo -aunque no exclusivamente-, mis compañeros, que también son del mismo sexo que Mike, hombres.
Para llegar a comprender cómo afecta esto a mis compañeros de trabajo, a saber, la condición sexual de Mike, nos hace falta, en primer lugar, analizar la conducta de dichos compañeros de trabajo, dichos hombres, respecto a su propia condición sexual; se sienten atraídos por personas de diferente sexo que el suyo, mujeres, concretamente.
¿Y qué hacen estos, mis compañeros de trabajo, cuando tienen ante sí una mujer, especialmente una que les resulta atractiva, pero también con cualquiera en general que no les cause obvia repugnancia?

Bueno, si tuviera que dar un ejemplo gráfico diría que se comportan como un chimpancé hambriento encerrado en un zoológico que agarrase los barrotes de la celda como si quisiera arrancarlos ante la visión de un plátano en el exterior. Con el exceso de saliva y los ojos desorbitados incluidos.
Y, siguiendo con el ejemplo dado, podemos concluir que para dicho chimpancé el plátano no resulta más que un objeto de deseo, de satisfacción individual, que no necesita entender, ni comprender, ni amar, tan sólo que lo dejen un par de minutos con él para su total deglución, tras la cual habrá consumado todo el objeto y, con él, su deseo. Al plátano no le habrá dado tiempo a preguntar por la matrícula de nadie cuando ya haya sido completamente devorado. Pero, ¿qué pensaría un diminuto chimpancé que pasease por un zoológico si se encontrase a un plátano de dimensiones absurdas encerrado en una celda y agarrado a los barrotes de dicha celda mientras lo mira obsesivamente y da saltos de desesperación?
Probablemente se acojonaría, como cualquiera de nosotros ante semejante chifladura. Pero además, como todo individuo, el diminuto chimpancé se emplea a sí mismo y su percepción de la realidad como punto de referencia para la realidad en su conjunto y, aún con su pequeño cerebro, concluiría rápidamente una obviedad fundamentada en la experiencia: mejor que ni me acerque a semejante monstruo bananero que a la primera de cambio se me come vivo.



Asímismo se explica el comportamiento homófobo. Mediante la consideración de aquel grupo humano por el que uno se siente atraído como mero objeto de disfrute, y su cosificación, el sujeto deseante se transforma a su vez a sí mismo en potencial objeto de disfrute, y cosa, para otros. Y ya que en la mayor parte de aquellas ocasiones en que uno presencia un cortejo humano heterosexual puede comprobar al macho como principal ostentador de la iniciativa, y a la hembra como trofeo potencial, el macho no se reconoce como víctima de ningún interés externo, sino como cazador en busca de su presa, protagonista de su propia película.

No obstante, en el caso del encuentro con homosexuales de tipo masculino, al prototipo de macho emocionalmente autosuficiente y en principio seguro de sí mismo, se le caen todas las certezas: ¿Qué? ¿Que a ese tipo le gustan los hombres? ¡Yo soy un hombre!

Como aquel chimpancé de nuestro ejemplo, aterrado por la visión de un plátano gigante que lo observa babeante, nuestros amigos homófobos, impelidos por su propia lógica sexista y cosificadora, infieren directamente que el homosexual medio está deseando penetrarles el recto sin compasión; se ven por vez primera en el lugar de la mujer a la que acosan y molestan, a la par que ansían, un lugar que no les gusta en absoluto. Y reaccionan, aunque no puedan comprender ante qué están reaccionando, reaccionan.
Adoptan una pose agresiva y malhumorada, incluso violenta, que supera con creces a la que puedan emplear las mujeres más agraviadas, acostumbradas ya a los desmanes del típico macho de turno.

Por eso, aunque se habla de sexismo y de homofobia como de dos actitudes distintas, ambas se encuentran en el punto en que revelan su causa primera: la visión del prójimo como de algo ajeno a uno mismo, como de materia con la que llenar el propio vacío.
El artículo no pretende señalar, por tanto, que los hombres sean chimpancés, las mujeres plátanos de tamaño normal y los homosexuales plátanos gigantescos (o de Canarias), sino que no hay homofobia sino sexismo y, en última instancia, reificación.

3 comentarios:

  1. soy numero 8 000 en ese blog!!!

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  2. Te remito a una vieja entrada

    http://elsuelosiguetemblando.blogspot.com/2011/01/atencion-i.html

    para que te conste lo que nosotros, quienes llevamos el blog, valoramos este tipo de cosas:

    Te otorgamos, por tanto, el superpoder 8000.

    Eres libre de usarlo cuanto quieras, siempre y cuando lo emplees de forma honesta y sincera, siguiendo tu verdadera voluntad, que te será revelada en ausencia de ego y silencio mental.

    Buenas tardes.

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